El título hace referencia al slogan
publicitario de una marca de café colombiana muy reconocida, todos los de mi generación crecieron
escuchando en la radio este comercial, y viendo al granito de café como cambiaba su
aspecto a un excelente grano de café, gracias a la magia de un hada. Este
slogan ha sido referencia en muchos hogares colombianos; incluso, en casa lo
usábamos para amistarnos en forma jocosa con mis hermanos, luego de alguna
pequeña pelea.
El café en mi tierra es signo de
reunión familiar, de trabajo, une amigos, amores, es un motivo para conocer
personas; para estudiar, para socializar y hasta para dar un adiós a un ser
querido. El tinto es un café. En algunos lugares lo hacen con panela[1]
y canela, según la región.
En casa cada mañana mi mamá nos
despertaba con un tintico (el mejor), no era lo mismo levantarse de la cama sin
ese delicioso sabor de café en la boca, daban ánimos para ponerse en pie y
empezar el día. No puedo dejar de contarles que es imperdonable no ofrecer un tinto a las visitas, es casi de
mala educación; colombiano que se respete sabe hacer tinto. Son recuerdos que
me inspiran para escribir, y recordar lo que hace un café, pero más lo que hace
una familia usando como excusa el famoso tintico.
Hace poco una de mis mejores amigas se
graduó (recibió) de magister de la Universidad Austral de Buenos Aires, en la
ceremonia uno de sus profesores daba las palabras de clausura (casi una cátedra
de comunicación) fueron algo densas, pero lo que rescaté de toda su oratoria,
fue la mención que dio de mi país como país hospitalario. Enfatizó en lo cálido
que fue para él visitar Colombia y sentir que estaba en su casa.
Durante años pensé que solo mi mamá
era una mujer con un gran corazón y con un espíritu de servicio, y es así, pero
también hoy, desde otro contexto puedo ver que es una virtud del colombiano, es
casi una necesidad hacer sentir a las visitas o al forastero como en su propia
casa, brindarle un poco de comodidad y calor de hogar.
Los amigos del alma, los amigos amigos,
son como casi hermanos, cuando van a casa (siempre sin avisar) algún miembro de
la familia usa algún aforismo como: “échele más agua a la sopa que llego
pepito”, o si llega a la hora de la comida “lo quiere la suegra”, “donde comen
dos, comen tres”; entre otros. Ya es normal que se les encuentre en casa
visitando así no esté el amigo, porque saben que si llegan a la hora que sea
serán recibidos como en su propia casa.
La mayoría de veces las segundas o
terceras citas con un chico (por lo menos en mi generación) eran en la casa acompañadas
de un delicioso café, viendo fotos y escuchando la música preferida de los dos,
con la media tarde (merienda) hecha por la mamá y los cometarios de fútbol de
los hermanos o el padre. Lo anterior suena algo incomodo, pero no sería igual sin esas miradas, tomadas de
mano y besos casi a escondidas.
Días atrás conocí a la madre de un
amigo colombiano que vive acá en Buenos Aires y vino a visitarlo; ella entre
otras cosas, me dijo algo que hace mucho no escuchaba y que fue para mis oídos,
lo que pudiera ser para mi paladar un ajiaco [2]:
“¿Y cuándo va a Colombia?, cuando vaya, por allá la espero en la casa, será
bienvenida”; esa frase es muy colombiana y muy de madre, así que por unos segundos me
transporté y sentí un olorcito a casa. Seguro que si voy a visitarla me
recibirá con un delicioso café en pocillo. Cuando se vive lejos del hogar de
origen, hay cosas más allá de lo material que hacen falta.
Para mí, el café se ha convertido en
una herramienta de conquista, una herramienta para dar a conocer parte de mi
tierra, de mi cultura; un orgullo con aroma y textura que por suerte aún
conservamos. El café es un tema de conversación y la pauta para hablar de
Colombia, de sus paisajes, de su gente, de su comida, de lo que significa para
mi, ser colombiana.
Cualquier excusa es buena para hacer
amigos; y el café es la excusa perfecta.
¡Tomémonos un tinto seamos amigos!