martes, 18 de junio de 2013

¡Tomémonos un tinto, seamos amigos!

El título hace referencia al slogan publicitario de una marca de café colombiana muy reconocida,  todos los de mi generación crecieron escuchando en la radio este comercial, y viendo al granito de café como cambiaba su aspecto a un excelente grano de café, gracias a la magia de un hada. Este slogan ha sido referencia en muchos hogares colombianos; incluso, en casa lo usábamos para amistarnos en forma jocosa con mis hermanos, luego de alguna pequeña pelea.

El café en mi tierra es signo de reunión familiar, de trabajo, une amigos, amores, es un motivo para conocer personas; para estudiar, para socializar y hasta para dar un adiós a un ser querido. El tinto es un café. En algunos lugares lo hacen con panela[1] y canela, según la región.

En casa cada mañana mi mamá nos despertaba con un tintico (el mejor), no era lo mismo levantarse de la cama sin ese delicioso sabor de café en la boca, daban ánimos para ponerse en pie y empezar el día. No puedo dejar de contarles que es imperdonable no  ofrecer un tinto a las visitas, es casi de mala educación; colombiano que se respete sabe hacer tinto. Son recuerdos que me inspiran para escribir, y recordar lo que hace un café, pero más lo que hace una familia usando como excusa el famoso tintico.

Hace poco una de mis mejores amigas se graduó (recibió) de magister de la Universidad Austral de Buenos Aires, en la ceremonia uno de sus profesores daba las palabras de clausura (casi una cátedra de comunicación) fueron algo densas, pero lo que rescaté de toda su oratoria, fue la mención que dio de mi país como país hospitalario. Enfatizó en lo cálido que fue para él visitar Colombia y sentir que estaba en su casa.

Durante años pensé que solo mi mamá era una mujer con un gran corazón y con un espíritu de servicio, y es así, pero también hoy, desde otro contexto puedo ver que es una virtud del colombiano, es casi una necesidad hacer sentir a las visitas o al forastero como en su propia casa, brindarle un poco de comodidad y calor de hogar.

Los amigos del alma, los amigos amigos, son como casi hermanos, cuando van a casa (siempre sin avisar) algún miembro de la familia usa algún aforismo como: “échele más agua a la sopa que llego pepito”, o si llega a la hora de la comida “lo quiere la suegra”, “donde comen dos, comen tres”; entre otros. Ya es normal que se les encuentre en casa visitando así no esté el amigo, porque saben que si llegan a la hora que sea serán recibidos como en su propia casa.

La mayoría de veces las segundas o terceras citas con un chico (por lo menos en mi generación) eran en la casa acompañadas de un delicioso café, viendo fotos y escuchando la música preferida de los dos, con la media tarde (merienda) hecha por la mamá y los cometarios de fútbol de los hermanos o el padre. Lo anterior suena algo incomodo, pero  no sería igual sin esas miradas, tomadas de mano y besos casi a escondidas.

Días atrás conocí a la madre de un amigo colombiano que vive acá en Buenos Aires y vino a visitarlo; ella entre otras cosas, me dijo algo que hace mucho no escuchaba y que fue para mis oídos, lo que pudiera ser para mi paladar un ajiaco [2]: “¿Y cuándo va a Colombia?, cuando vaya, por allá la espero en la casa, será bienvenida”; esa frase es muy colombiana y muy  de madre, así que por unos segundos me transporté y sentí un olorcito a casa. Seguro que si voy a visitarla me recibirá con un delicioso café en pocillo. Cuando se vive lejos del hogar de origen, hay cosas más allá de lo material que hacen falta.

Para mí, el café se ha convertido en una herramienta de conquista, una herramienta para dar a conocer parte de mi tierra, de mi cultura; un orgullo con aroma y textura que por suerte aún conservamos. El café es un tema de conversación y la pauta para hablar de Colombia, de sus paisajes, de su gente, de su comida, de lo que significa para mi,  ser colombiana.

Cualquier excusa es buena para hacer amigos; y el café es la excusa perfecta.


¡Tomémonos un tinto seamos amigos!