jueves, 28 de mayo de 2015

El Dios verdadero y el dios de la religiosidad

Hace un par de meses conocí a un chico que escribe para algunos medios de comunicación virtuales, escribe temas relacionados con la política, el deporte, la vida, las mujeres, etc; me gusta su redacción, y sigo algunas de sus publicaciones. Él es ateo, y yo nunca antes había tenido la oportunidad de interactuar con una persona no “creyente”, y leer sus críticas y sarcasmos sobre Dios, lo que para mí fue como una suerte de tristeza y dolor.   

Al leer algunos de sus artículos respecto al comportamiento de los cristianos, católicos, testigos de Jehová, o cualquier que sea la religión que se profese en nombre de Dios; me detuve a pensar y a analizar, qué era lo que lo llevaba a escribir o a referirse de esa manera de Dios.

Bueno, pues pude entender el porqué de ese rechazo y le tuve que dar la razón a este joven; sí, le di la razón porque el Jesús o el Dios que él conoce es el que  la religión ha impuesto, es Dios de guerras, un Dios de juicios al que la religión por miles de años usa de excusa para lograr sus objetivos, cualquiera que estos sean. Al que los fariseos e hipócritas evocan para castigar, juzgar  y “disciplinar”. Un Dios malo y castigador, un Dios de ignorantes que crean sectas para su propia satisfacción lucrándose con el dolor ajeno. Un Dios que rechaza y ultraja a las mujeres.

La religión ha causado mucho dolor en el mundo, aún podemos ver cómo países se enfrentan por causa de ésta, la religión ha debilitado Estados, Naciones; hogares se han disuelto y vidas se han destruido.

El Dios que conocí desde niña, es un Dios de amor, de paz, de solidaridad; un Dios perdonador y que da vida.  El Dios en el que creo y al que le creo, es un Dios que compartió con los leprosos, con las viudas, con los más pecadores y nunca los juzgó.  Jesús vino a este mundo para servir (Mateo 20:28). El Dios que conozco nos dejó por legado que nos amaramos los unos a otros (1 de Juan 4:7), nos invitó  a la unidad,  al perdón (Mateo 18: 21,22) a cumplir con nuestros deberes  (Marcos 12:17) así como ejercemos nuestros derechos.

Al pensar en la religiosidad, recordé que hace unos años una iglesia se dividió por problemas legales, a raíz de esto surgieron algunos problemas entre los feligreses. Por algunos años no volvieron a dirigirse la palabra, ni se miraban, muchos vivían en el mismo barrio y compartían los mismo espacios públicos pero su comportamiento era como enemigos. Fue muy triste verlos así y recordar que entre todos ayudaron a la construcción del templo, que durante muchos años compartieron la misma cena, cantaron a Dios juntos los mismos coros y oraron los unos por los otros. La religiosidad no los dejó comprender que el verdadero evangelio nos enseña a mirar a Dios y no al hombre, a perdonar Setenta Veces Siete y a ayudar al que está caído.  

Antes de hablar en nombre de un Dios y decir que le amamos, que le creemos y que obedecemos, es necesario hacer una evaluación interna y verificar paso por paso y preguntarnos por ejemplo:
¿Somos buenos ciudadanos?, ¿cómo nos comportamos con nuestros familiares en casa, con nuestros compañeros en el trabajo, en la universidad o en la calle?, ¿Somos compasivos?; ¿respetamos las leyes? 

Ser cristiano no significa ser perfectos porque somos humanos y cometemos errores, fallamos diariamente, caemos y nos debilitamos; pero sí debemos esforzarnos más por ser buenas personas en todo lugar y momento.

No podemos estar peleando entre nosotros y olvidar que hay mucha gente que necesita de nuestra ayuda y de nuestras oraciones. El mundo está lleno de maldad, de violencia, de dolor, y el pueblo cristiano sigue pensando en pequeñeces existiendo tanto porque orar.  

Decimos que anhelamos la paz, pues bueno, está en nuestras manos: católicos, protestantes, judíos, musulmanes, adventistas, testigos de Jehová, etc; está en nuestras manos que se consiga la paz. Tan fácil como respetarnos, orar los unos por otros, ayudarnos, perdonarnos y unirnos en un mismo clamor a Dios.

Soy cristiana, no religiosa, amo a Dios por sobre todas las cosas y eso significa amar a mi prójimo como a mí misma; creo en el amor y en el perdón. Creo que la paz sí se puede lograr desde que exista una revolución interna que se extienda como un virus, creo que todos somos llamados a realizar cambios, a abrazar, a ser compasivos y a dejar de lado el odio y el rencor.

No soy perfecta, soy humana, pero trato de mejorar cada día desde lo más simple, cometo errores pero los corrijo y sé que Dios me ha dado de su gracia y de su perdón.

¿Y usted está dispuesto a ser un verdadero hijo de Dios o a seguir alimentando el sentimiento y la idea que tienen los ateos?


Soy Sofía Rodríguez y creo en el amor y el perdón.