Hace
un par de meses conocí a un chico que escribe para algunos medios de
comunicación virtuales, escribe temas relacionados con la política, el deporte,
la vida, las mujeres, etc; me gusta su redacción, y sigo algunas de sus
publicaciones. Él es ateo, y yo nunca antes había tenido la oportunidad de interactuar
con una persona no “creyente”, y leer sus críticas y sarcasmos sobre Dios, lo
que para mí fue como una suerte de tristeza y dolor.
Al
leer algunos de sus artículos respecto al comportamiento de los cristianos, católicos,
testigos de Jehová, o cualquier que sea la religión que se profese en nombre de
Dios; me detuve a pensar y a analizar, qué era lo que lo llevaba a escribir o a
referirse de esa manera de Dios.
Bueno,
pues pude entender el porqué de ese rechazo y le tuve que dar la razón a este
joven; sí, le di la razón porque el Jesús o el Dios que él conoce es el que la religión ha impuesto, es Dios de guerras,
un Dios de juicios al que la religión por miles de años usa de excusa para
lograr sus objetivos, cualquiera que estos sean. Al que los fariseos e hipócritas
evocan para castigar, juzgar y “disciplinar”.
Un Dios malo y castigador, un Dios de ignorantes que crean sectas para su
propia satisfacción lucrándose con el dolor ajeno. Un Dios que rechaza y
ultraja a las mujeres.
La religión
ha causado mucho dolor en el mundo, aún podemos ver cómo países se enfrentan
por causa de ésta, la religión ha debilitado Estados, Naciones; hogares se han
disuelto y vidas se han destruido.
El
Dios que conocí desde niña, es un Dios de amor, de paz, de solidaridad; un Dios
perdonador y que da vida. El Dios en el
que creo y al que le creo, es un Dios que compartió con los leprosos, con las
viudas, con los más pecadores y nunca los juzgó. Jesús vino a este mundo para servir (Mateo
20:28). El Dios que conozco nos dejó por legado que nos amaramos los unos a
otros (1 de Juan 4:7), nos invitó a la
unidad, al perdón (Mateo 18: 21,22) a
cumplir con nuestros deberes (Marcos
12:17) así como ejercemos nuestros derechos.
Al
pensar en la religiosidad, recordé que hace unos años una iglesia se dividió
por problemas legales, a raíz de esto surgieron algunos problemas entre los feligreses.
Por algunos años no volvieron a dirigirse la palabra, ni se miraban, muchos vivían
en el mismo barrio y compartían los mismo espacios públicos pero su comportamiento
era como enemigos. Fue muy triste verlos así y recordar que entre todos
ayudaron a la construcción del templo, que durante muchos años compartieron la
misma cena, cantaron a Dios juntos los mismos coros y oraron los unos por los
otros. La religiosidad no los dejó comprender que el verdadero evangelio nos enseña
a mirar a Dios y no al hombre, a perdonar Setenta Veces Siete y a ayudar al que
está caído.
Antes
de hablar en nombre de un Dios y decir que le amamos, que le creemos y que obedecemos,
es necesario hacer una evaluación interna y verificar paso por paso y
preguntarnos por ejemplo:
¿Somos
buenos ciudadanos?, ¿cómo nos comportamos con nuestros familiares en casa, con
nuestros compañeros en el trabajo, en la universidad o en la calle?, ¿Somos compasivos?;
¿respetamos las leyes?
Ser
cristiano no significa ser perfectos porque somos humanos y cometemos errores,
fallamos diariamente, caemos y nos debilitamos; pero sí debemos esforzarnos más
por ser buenas personas en todo lugar y momento.
No podemos
estar peleando entre nosotros y olvidar que hay mucha gente que necesita de
nuestra ayuda y de nuestras oraciones. El mundo está lleno de maldad, de
violencia, de dolor, y el pueblo cristiano sigue pensando en pequeñeces
existiendo tanto porque orar.
Decimos
que anhelamos la paz, pues bueno, está en nuestras manos: católicos,
protestantes, judíos, musulmanes, adventistas, testigos de Jehová, etc; está en
nuestras manos que se consiga la paz. Tan fácil como respetarnos, orar los unos
por otros, ayudarnos, perdonarnos y unirnos en un mismo clamor a Dios.
Soy cristiana,
no religiosa, amo a Dios por sobre todas las cosas y eso significa amar a mi prójimo
como a mí misma; creo en el amor y en el perdón. Creo que la paz sí se puede
lograr desde que exista una revolución interna que se extienda como un virus,
creo que todos somos llamados a realizar cambios, a abrazar, a ser compasivos y
a dejar de lado el odio y el rencor.
No soy
perfecta, soy humana, pero trato de mejorar cada día desde lo más simple,
cometo errores pero los corrijo y sé que Dios me ha dado de su gracia y de su
perdón.
¿Y
usted está dispuesto a ser un verdadero hijo de Dios o a seguir alimentando el
sentimiento y la idea que tienen los ateos?
Soy
Sofía Rodríguez y creo en el amor y el perdón.
Es cierto, apreciada Sofi. Dios no tiene absolutamente nada que ver con la religión. Dios es espiritualidad, luz, esperanza. La religión es de los hombres y, por tanto, imperfecta, falsa, crematística y alienadora.
ResponderEliminarAdmirado y también apreciado profesor, una vez más gracias por sus comentarios, me ayudan a seguir escribiendo.
EliminarSoy una afortunada por haberlo tenido como mentor con se calidad académica y ética. Un fuerte abrazo desde la hoy otoñal Buenos Aires.
Te admiro niña!! que fuerza y entereza reflejan tus palabras!!! eres una de esas mujeres valientes que la vida le pone a uno al frente! Dios usa personas valientes como tu que no se avergüencen del evangelio y compartan su palabra y su amor con los demás! Dios te super bendiga!
ResponderEliminarSusi hermosa, gracias por tan bellas palabras. Estoy muy feliz de conocerte y sé que vamos a hacer mucho juntas. Un fuerte abrazo.
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